lunes, 13 de agosto de 2012

La baliza de Yuggoth



Ésta es la hora en que los poetas lunáticos saben 
qué hongos brotan en Yugoth, y qué perfumes
y matices de flores, desconocidos en nuestros pobres
jardines terrestres, llenan los continentes de Nithon.
Vientos estelares ::: Hongos de Yuggoth ::: H.P.Lovecraft

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Wisdom Stelarship - Class XXXVI :::: :::: :::: :::: Commander P. Carnighan (Earth)
34 on board from Ceres to F.S. Aries 3
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Dicen que el Cosmos está lleno de cosas maravillosas, pero sólo vemos el vacío ante nosotros. Alguien erró los cálculos. Desconozco quién fue; ahora ya da igual. El vasto universo nos recoge con o sin fallos matemáticos. Algún planeta tuvo que estar en algún punto concreto de este espacio espectral y mudo, y no lo estuvo; su gravedad no nos desvió, y seguimos adelante adelante, y más adelante, pasamos el Sistema Binario EGH-896Z y nos adentramos más y más en la parte oscura, la que no viene en las guías ni en las cartas astronómicas de alta resolución. La nave tiene reservas de energía para un millar de años. Nosotros no tenemos tanta paciencia. La idea de volver a casa o a alguna base habitada por seres humanos revolotea por la mente de algunos de los más jóvenes, pero para los que sabemos más es una entelequia.  No nos sacaron de las minas del centro del planeta Tecnecio 3, y nos entrenaron como conejillos de indias espaciales, para ser recibidos como héroes. No podemos parar nuestro rumbo. No lo saben todos. Cuando desayunamos todos juntos, un muchacho asiático, criado en los campos nebulosos de las estaciones venusianas, nos habla de La Tierra. Suelta datos sacados de una enciclopedia que tiene encasquetada en su córtex. Nos habla de cielos azules y nubes blancas, de árboles frondosos y flores con olores fragantes; de comidas que jamás hemos soñado. Nos dice que allí comen animales. Todos se quedan absortos, con la boca abierta, como imbéciles. El contramaestre médico y yo, sí que nacimos en La Tierra, pero no les hemos dicho nada. Ni nada diremos. Lo hablamos ya en el campo de entrenamiento. Somos viejos –dijo-, los nuevos se creen cualquier cosa que ponga en sus malditas enciclopedias. No diremos nada, o nos bombardearán a preguntas. Yo sí he probado crujiente bacon cuando era pequeño, he llenado mis pulmones de aire con olor a humedad y bosque, me he bañado en los mares gigantescos y salados… los recuerdos de juventud ¡bah! Ahora de nada sirven, sólo para ver que la gran nave donde nos pudriremos algún día se achica cada día más, opresiva y silenciosa, surcando las distancias ominosas a un cuarto de la velocidad luz.

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Aunque el espacio es un desierto, lleno de la nada más terrible, en ocasiones, vemos algunas luces fantásticas que nos envuelven. Unas estrellas brillan siempre quietas en nuestro horizonte. Deben estar a distancias fuera de nuestro entendimiento, pues viajamos rápido, pero están quietas, brillando, con matices verdosos y liliáceos. Somos treinta y cuatro de tripulación.  Tres de nosotros somos ya de edad madura. El contramaestre médico, la inspectora científica y yo mismo. Los otros son jóvenes de entre dieciocho y veinticuatro. Su misión es, aparte de sus tareas de navegación o de investigación, procrear. La nave hubiese alcanzado su destino en 257 años, así que la renovación debería darse, si se quería llevar a buen puerto la misión: la colonización primordial del Sistema Fronterizo Aries 3. Ahora sabemos que no llegaremos, pero los primeros nacimientos provocaron alegría generalizada. Los primeros niños nacieron sanos. Corretean ya por todos los lugares comunes. Cuando salimos despedidos del planeta que no estaba donde decían que debía estar, todo empezó a torcerse.  Apenas había fecundaciones exitosas; los embarazos eran más largos de lo habitual y las muchachas no tenían barriga. La inspectora científica, con buen criterio, abortó a esas criaturas; sólo sacó de los vientres de las madres pequeños fetitos múltiples en racimo, enquistados. A partir de ahí, ninguna mujer quiso quedarse embarazada, y dado que nuestra misión había fracasado, solicitaron la esterilización al comandante. Me pusieron en un compromiso moral que no sé si me correspondía. Sólo soy un mercante estelar reciclado de las minas prisión. Acepté, y nadie puso pegas. Todas las tripulantes en edad fértil fueron esterilizadas menos una, que no quiso, y las niñas que habían nacido a bordo. Las pequeñas, que lo pidan en el futuro, y si yo estaba muerto, mejor.

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Seguimos la ruta improvisada hacia las estrellas que jamás se ponen en lontananza. Que el sistema de navegación remoto falle no sabemos si se debe a la distancia del Cinturón de Asteroides, o es porque los que controlan han muerto. Nos dijeron que viajar tan rápido en el espacio puede alterar las coordenadas espaciotemporales. Personalmente opino que nos han dejado de la mano de Dios por la equivocación. Sólo se puede parar manualmente una sola vez, si llegamos a un destino deseado… o cualquier otro. Nuestro cartógrafo estelar, un bosquimano menudo y siempre alegre, ha detectado un planeta idóneo en el que podemos aterrizar, a una distancia de 58 años luz, orbitando alrededor de uno de esos astros verdosos que nos miran constantemente. Habrá que relajarse. Faltan 14 años y medio para llegar. Los invernaderos hidropónicos dan tanta comida que no tendremos ni que echar mano a las barritas extraenergérticas, de las cuales tenemos millones.

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Algunos experimentos están saliendo mal. La joven antillana que aún albergaba la posibilidad de ser madre ha descongelado los fetos que no salieron adelante. Los ha cortado en secciones. Por dentro, había nidos de un extraño polvo. El contramaestre botánico los ha examinado; ha dictaminado que son esporas de hongos. No se explica cómo han podido llegar allí. Ignoro los mecanismos misteriosos de la naturaleza, sólo sé llevar naves a su destino lo más enteras posibles. Ahora todo el laboratorio de obstetricia está contaminado. Y no sabemos si el de botánica también. Los niveles de sólidos en suspensión son muy elevados. He ordenado clausurarlo. Se han trasladado al de fecundación, ya que parece que este no hará falta. He prohibido sacar nada de allí, así que algún instrumental que no estaba duplicado ahora es inservible. Mirándolo por el lado bueno, todos las niñas y la joven han sido esterilizados. Sigo muy de cerca la sala cerrada. Se está ennegreciendo por momentos; entre todo esa negrura palpita algo vivo. Destellos fosforescentes verdes, morados y azules ofrecen un raro espectáculo de fuegos fatuos. Sospecho que está creciendo.

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Ha pasado un año desde el Gran Esplendor. Así lo llama la tripulación. Los niños siguen teniendo sueños raros, pesadillas que les hacen gritar por las noches. Se le han administrado toda clase de calmantes y no remite. El Gran Esplendor fue durante las horas de sueño. Un polinesio gordo, proveniente de Ceres, hacía guardia, y oyó ruidos en el clausurado laboratorio de obstetricia. Llamó a todos los guardias de su perímetro. Me acerqué yo también. Delante de nuestros ojos hubo una danza de colores que parecían emanar de la negra pátina que lo cubría todo. En un momento dado, la presión empezó a subir en la sala. Cuando el monitor mostraba que había alcanzado las 500 atmósferas, los cristales de hiperseguridad cedieron, agrietándose como tierra seca. Las puertas aguantaron, pero por las rajas de las ventanas surgió la luz. Una luz verdosa. Se propagó por toda la nave en el silencio y la oscuridad de las horas de reposo. Los niños gritaron por primera vez. El resto sentimos vértigo y náuseas. Jamás  había experimentado nada semejante. Un calor sofocante que me dejó quemaduras; subía por mi cerviz;  la cabeza parecía que iba a ceder ante un cerebro que palpitaba como el corazón delator. No tuvimos la precaución de ponernos trajes de aislamiento, así que aspiramos las esporas. La angustia fue tal que algunos se volvieron locos; el piloto de segunda, escandinavo y hercúleo, se quitó la vida delante de todos golpeando su rubia cabeza contra un asidero de la pared. Una y otra vez, hasta que su sien crujió. Hubo descontaminación general. Fue un proceso duro, engorroso e incómodo. Una vez desinfectados, nos apiñamos en el compartimento estanco de popastelar. Los robots sellaron de nuevo el maldito laboratorio. Duró un mes el superautolavado fúngico de la nave. Apiñados como ratones en una bodega de antaño, sobrevivimos a base de barras extraenergéticas y agua condensada. La moral de todos quedó por los suelos después de aquello. Hoy los niños sueñan. Los más agoreros hacen profecías sobre esos sueños. Dicen que vamos hacia el desastre. Tampoco es que hilen muy fino; eso ya lo sabía yo cuando el planeta que tuvo que estar no estuvo. Desde el fuego fatuo los invernaderos se han secado en su mayor parte. Las frutas, antes jugosas, son ahora carbones de colores colgados en árboles raquíticos. Lo único que parece no sufrir el envite de las esporas son los cereales. Cada día comemos más barritas. Saben a chocolate o a copos con miel. Todos hemos llegado a odiar el chocolate y la miel de una forma espantosa. Incluso chupamos los limones resecos y amargos para quitar de nuestro paladar el dulzor tan empalagoso que supone comer esas barritas de mierda. Ayer, uno de los muchachos, hijo de una esquimal y un caucásico, vio en sueños hacía donde nos dirigíamos. Describió un mundo acuoso e insalubre, con un gran sol verde dando luz. Las sombras eran negras y moradas. La atmósfera hacía que la luz verde se descompusiera en violáceos rayos secundarios. Hablaba de extrañas aglomeraciones en forma de bosques de hongos. Setas gigantes, capas fúngicas de blanco fosforescente rodeaban las rocas, negras, formando extraños contrastes. Coladas de lava y formaciones sedimentarias de caprichosas dimensiones componían el grotesco paisaje. Dice que habló con sus habitantes, y le dijeron que esperaban desde hace eones nuestra llegada. Hasta a mí me ha inquietado. Faltan años para llegar, pero ese es el planeta predicho por el cartógrafo estelar. Estrella verde. Formas de vida primarias. Oxígeno suficiente para vivir. ¿Inteligencia? Deberíamos criogenizarnos estos años. La espera es lenta y asfixiante. Creo que somos como cerdos camino del matadero. ¡Humm! Bacon crujiente.

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El Gran Esplandor se ha vuelto a reproducir a un año de llegar al planeta. He insistido al cartógrafo ¿Habrá algún otro cuerpo con oxígeno aunque esté en el quinto pino? Y no, el espectrómetro no encuentra ninguno; mi impotencia es más fácil de encontrar. Esta vez las luces duraron más tiempo. Nos vimos obligados a meternos de nuevo en el compartimento estanco. Los niños son ya adolescentes. Recuerdan con terror la última vez, y el pánico se generalizó en pocos minutos por toda la nave. Un jardinero árabe se volvió loco con aquella luz. Cayó fulminado entre matas de calabacines. Lo vimos por la cámara de hiperrealidad tridimensional. Allí lo dejamos. Nos metimos demasiado rápido en la bodega. Los robots descontaminadores no parecían funcionar en esta ocasión. Tras dos meses y medio de pesadilla en el compartimento estanco decidimos salir, estuviera como estuviera el ambiente. Y digo de pesadilla, porque los sueños terribles de los nacidos en el espacio eran cada vez más funestos. Espantosos gritos se oían en la noche, que se sumaban a los sollozos de los padres. El contramaestre médico administraba calmantes, despilfarraba benzodiezapinas, pero parecía que él no las tomaba. Estaba irritable, arisco. Creo que es mi único amigo a bordo, y también creo, sin ser médico como él, que tiene las facultades trastornadas. Lo único que hace es beber licor que destila en el laboratorio a base de patatas grises y apestosas. Cuando al fin salimos de nuestro escondrijo, las cosas parecen normales. Los robots estropeados inundan las cercanías del laboratorio de obstetricia, pero los pasillos tienen su aspecto habitual, el aire es al 99% respirable y la nave sigue su rumbo, inexorable, hasta el confín del horizonte verdoso. El jardinero cadáver, que probablemente había muerto de un ataque al corazón, es lo más desasosegante que hemos visto hasta ahora. Está petrificado. Tiene una coraza esponjosa de hongos blanquecinos, pero por dentro es pura roca, negra, como esas momias antiguas conservadas en brea. Los robots lo ultraincineraron en el horno ígneo. No cometeríamos de nuevo el error de hacer experimentos. Fumigamos todo el huerto 4 desde el control derivado. No creo que crezca nada a partir de ahora. Nos hemos quedado sin melón. El melón con sabor a ceniza es mejor que ningún melón. No soporto esto. Espero la muerte con impaciencia. No quiero bajar a ese maldito planeta estúpido que nos espera.

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He tenido mis primeros sueños. El sol verde me iluminaba, y se oían tambores que sonaban acuosos y sordos. Unas extrañas criaturas, que atisbaba en la lejanía, hacían un ritual. Hubo un silencio. Al rato, voces humanas se unieron a la extraña percusión. Chillaban en un lenguaje repulsivo. No puedo negar que sentía miedo, pero más intenso aún, era mi odio. Odio primordial, difícil de controlar. Era como si me agujerearan el vientre con un teraláser molecular. En medio de uno de esos sueños, escuché en el mundo vigil susurros. Cuando desperté en mi cuarto, estaba rodeado de los muchachos de las estrellas. Me miraban. Los despaché desde la cama, pero no me hicieron caso. Me levanté y los empujé. Aún sentía ese odio visceral; su reacción fue rara y terrible. Comenzaron a cantar como el sueño. Era demasiado. He ordenado que los encierren en las celdas para rebeldes y que permanezcan incomunicados. Los miembros de la tripulación se han quejado. ¡Qué harto estoy! Quedan 3 meses para llegar a nuestro jodido destino. Las pruebas de afabilidad, docilidad y obediencia que les hicieron al salir de Ceres están saltando por los aires. Lógico. Estamos muy lejos, han pasado muchos años y la he tomado con sus hijos. Lo único positivo es que un robot censor ha encontrado contrabando en la nave. Trescientos cartones de cigarrillos. No sé quien los metería en el refrigeradorplus de estelostribor, pero tras veintitantos años sin fumar, mi compañero de fatigas, destilador de patata, y yo, echamos humos como fumarolas negras. La anarquía se apodera de la nave; a mí me da igual. A ver si nuestros hígados y pulmones revientan, y nos morimos de una maldita vez. Los canticos extraños y las profecías de chichinabo están acabando con la poca paciencia que me queda.

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En el laboratorio ha habido cambios. En el moho negro han empezado a proliferar bulbosas formas amarillentas. Parecen setas. Al principio eran del tamaño de la uña de un pulgar; ahora son como coles grandes. Los fungicidas y otros venenos que les administramos parecen no alterar el crecimiento. Si se apagan las luces tienen una extraña fosforescencia que sube hasta al techo. He cortado el oxígeno, a ver si así se agostan. Tampoco. Siguen creciendo a buen ritmo. Todos miran embelesados. Una de las laponas me ha dicho que estaban esperándonos. Parecen dóciles, como si no tuviesen sangre en las venas, pero la tripulación se está haciendo fuerte. Su sumisión aparente es una estratagema. Han liberado a sus hijos, lo sé; los han escondido en cualquier invernadero. ¡Qué les den! Hay algo que me impide pegarme un tiro… no sé que es, pero es así. Si no, me hubiese quitado de en medio hace unos cuantos años. Para colmo de desgracias, las extrañas formas de vida que crecen en el moho han adquirido un tamaño mayor que el de una persona. He intentado entrar con un lanzarayos iónico, pero los niños me lo han impedido. Abrieron el sellado de la habitación por la noche, no sé cómo diablos lo consiguieron, y ahora hacen de escudos humanos ante las enormes larvas fúngicas. Estoy muy cansado.
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¡Han nacido! Durante semanas han estado con los estúpidos cantos y velando su sueño. Los padres han venido arrepentidos para buscar una solución. Les he dado armas como respuesta. No les ha gustado nada. Al principio cría que los tripulantes que habían procreado estaban en el ajo, pero no. A medida que los huevos, o crisálidas, o lo que demonios fueran, crecían, veía en sus ojos un terror profundo, incluso mayor que el mío. Pero ahora no quieren matar a sus críos, aunque estén rodeados de… eso. De los múltiples capullos esponjosos surgieron los entes, el doble de altos que un ser humano medio. Su cuerpo es como la caperuza de una seta de cardo. Tienen dos extremidades superiores, que le salen de unas protuberancias. Al final de estas, una especie de fusta con pinchos multicolores hace de mano. En medio de lo que vendría a ser el pecho de un humano, les sale una cabeza translúcida, formada por bolas de diversos diámetros, que irradian una luz mortecina que cambia con su estado. Una esfera negra en el centro es el órgano con el que miran.  Al menos no salen del laboratorio. Los chavales pasan la mayor parte del tiempo con esas criaturas extrañas, hablando en lenguas no reconocibles por ninguno de los tripulantes de la nave, donde casi todos son de distinta raza. A medida que llegamos al planeta, los hijos de las estrellas están sufriendo mutaciones. La piel les está cambiando de color;  son de un color lila pálido, y unas protuberancias le crecen por debajo de la piel, justo en las amígdalas.  Los padres vienen a buscar explicaciones. El contramaestre médico está tan borracho y tan asustado que se niega a auscultar a ninguno de esos “engendros” –así los llama-. La inspectora científica ha muerto en extrañas circunstancias. De los nuestros, era la que más se relacionaba con las criaturas. Opinamos que murió intoxicada por  algo que desprenden esos seres. He tomado una determinación. Voy a destruir la nave. Algo en mi interior me lo quiere impedir, pero he de ser más fuerte. Parece que me leen el pensamiento o algo parecido. Vigilan para que no salga de las salas comunes ni de mi camarotestar. Los odio con todo mi corazón. He confiado mis planes al contramaestre médico. No ha puesto objeción, es más, dice que me ayudará en lo que sea preciso. El procedimiento será tan sencillo como eficaz. Con un traje de paseo de comprobación, saldré al exterior y haré detonar los reactores cuánticos con una bomba positrónica multifásica. El contramaestre médico me dará tiempo, entrando a sangre y laser en el laboratorio de las criaturas. Creo que ha estado tan borracho que han dejado de leer su mente. En eso confío.

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He salido. Veo a mi derecha el planeta a donde vamos. Es nebuloso. La atmósfera parece bastante densa. Ahora mismo tapa la luz del sol verde. Estoy a oscuras. Ni las megalinternas de litiouranio traspasan más allá de mis manos. Hace muchísimo frio. Pare

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ce cecee … el contramaestre medico ha caído. Lo he escuchado por radio. Antes de morir me ha dicho que ha matado a dos de esos seres y a tres de los nuestros. Al menos me ha dado tiempo a llegar al conducto secundario de evacuación de gases de los reactores. He dejado caer la bomba con un hiperelectroimán… en unos minutos todo habrá acabado. No. Una luz.
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L O A D E D… 99.9999999999999999%... 100% 
:)

Informe anexo del rescatador/reconocedor de cuadrante R.P. Albihamed: Adjunto copia de las notas mentales del Comandante Peter Carnighan, nacido en la Tierra, de raza caucásica, tripulante jefe de la Wisdom, nave que fue requerida en el informe 65489745MKJ, previo a esta búsqueda, hace 89.24 años. Descargada dicha copia del cadáver del mismo sujeto, hallado en la órbita del noveno planeta del Sistema recién descubierto Cornucopia Verde, denominado por la Gran Computadora Científico-Estelar como Yuggoth. Desde la implantación de la normativa 1987841/2598, y la consiguiente instalación del Memorizador Estándar de Recuerdos en todos los contramaestres y comandantes de la Flota, es la primera vez que se realiza en un cadáver tan antiguo, siendo los resultados de descarga óptimos, no así lo que en sus notas nos decía el finado comandante. Parecen las de un hombre desquiciado. Se han encontrado trozos de la Wisdom orbitando alrededor de Yuggoth, hecho que confirmaría la destrucción de la nave. El planeta referido carece de vida inteligente, o al menos así lo ha pronosticado la sonda Yuggoth 3, de reciente lanzamiento. Queda concluida la búsqueda y cerrado el informe.


R E  S  E  T    D A T A….  E R R O R…

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Una luz… viene hacia aquí… desde ese condenado planeta…

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5 comentarios:

  1. El espeish jódete torrezno. Alzo mi pulgar en señal de aprobación.

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  2. Bien, BIEN, BIEN!!!
    Fdo, lobech

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  3. puff sublime Mame, sublime!! eres un genio!!

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  4. ¡Que ilusión hace tener comentarios no facebookeros después de tanto tiempo!

    Gracias, Señor Lobech. Sus correcciones han sido aplicadas con éxito.
    Exageráis Lady Ster de Barselonas Bona, pero por se vos os lo permito.

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