Miniatura tétrica de tarde de verano
Cerró los ojos. Oía las
chicharras en lo alto de los pinos.
Se vio en su celda de tierra, en
el sitio donde lo habían metido, casi una cueva, como dentelladas de pala
robadas al suelo. Los caliches y las raíces secas adornaban las paredes. El
techo era una simple tabla. Desde dentro de su cabeza escuchaba un locución
monótona y apagada: “ponte en mi lugar… ponte en mi lugar”. Notó algunas
costillas ceder ante una fuerza monstruosa y el ruido sordo de lo que cruje
desde dentro; las laceraciones eran profundas, ardían como hierros al rojo
vivo; sentía su cuerpo mancillado y era extraño, había órganos que él no
conocía; más no le dolió. Sólo lágrimas inundaron sus ojos. Al principio era lo
normal, los lacrimales segregaban su sustancia, pero al cabo de un rato,
alrededor, empezó a fluir más y más, por todos los lados. Una corriente gélida
y salada salía disparada entre sus globos oculares y las órbitas del cráneo; el
cerebro se le licuaba y salía despedido por las rendijas, haciendo que los
párpados actuasen como un agujero en la lona de un zeppelín, vibrando de una
forma punzante. Las pestañas salían
disparadas. La habitación se inundaba poco a poco, sentía que se ahogaba con
sus propias lágrimas. Terrones de tierra empezaban a desprenderse de las
paredes. Todo se paró. Olía a tierra mojada. El terreno drenaba poco a poco el
líquido. Se encontraba agotado. Cuando el suelo absorbió todo el caldo, dejaron
un esqueleto completo, limpio, en el suelo. A su alrededor florecían flores
azules y cardos morados, una maraña de zarcillas espinosas se enrollaron por
las tibias y el fémur, hasta llegar a la cadera. Después, a una velocidad de
vértigo, y a través de las vértebras y las costillas se materializó un torso.
Después la carne rellenó la calavera. Lo mismo ocurrió en las piernas, y lo que
era planta trepadora pasó a ser carne. Apareció una mujer, muy bella, con olor
a pino y a sal. “¿Te has puesto en mi lugar?” –preguntó-. Aunque hablara,
estaba muerta. “Si –respondió él-, más no me dolió”. “A mí tampoco me dolió,
estaba muerta, como ahora”. Sintió una gran pena. De verdad que la sintió. Se
quedó a solas en la covacha, empapada. Algo fuera recitaba una salmodia machacona
y cansada. Lo sentía a otro nivel de la percepción. Ya no sentía pesar alguno,
y en las sombras de su jaula de tierra y madera, durmió durante mucho tiempo.
De repente hubo calor.
Abrió los ojos. El cura acabó.
Las chicharras seguían zumbando en la mañana calurosa. Una trampilla se habría
bajo sus pies.
Estuvo allí, asfixiándose, colgando
hasta morir.
Mas no le dolió.
Por eso es obligatorio las 24 horas de espera antes del entierro, hay que enterrarlos bién muertos. Dicen que hubo un religioso muy bueno y cuando lo iban a canonizar abrieron la caja y por lo visto se había movido e incluso había arañado la tapa. No subió a los altares porque ¿quién sabe lo que se piensa en esos momentos????. Nada hay que utilizar Raid porque los Mata bién Muertos, y así no se nota nada.
ResponderEliminarNo, lo están ahorcando. Y el escrito es De lo último, de lo último que piensa.
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