Ésta es la hora en que los poetas lunáticos saben
qué hongos brotan en Yugoth, y qué perfumes
y matices de flores, desconocidos en nuestros pobres
jardines terrestres, llenan los continentes de Nithon.
Vientos estelares ::: Hongos de Yuggoth ::: H.P.Lovecraft
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Wisdom Stelarship - Class XXXVI :::: :::: ::::
:::: Commander P. Carnighan (Earth)
34 on board from Ceres to F.S. Aries 3
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Dicen que el Cosmos está lleno de
cosas maravillosas, pero sólo vemos el vacío ante nosotros. Alguien erró los
cálculos. Desconozco quién fue; ahora ya da igual. El vasto universo nos recoge
con o sin fallos matemáticos. Algún planeta tuvo que estar en algún punto
concreto de este espacio espectral y mudo, y no lo estuvo; su gravedad no nos
desvió, y seguimos adelante adelante, y más adelante, pasamos el Sistema
Binario EGH-896Z y nos adentramos más y más en la parte oscura, la que no viene
en las guías ni en las cartas astronómicas de alta resolución. La nave tiene
reservas de energía para un millar de años. Nosotros no tenemos tanta
paciencia. La idea de volver a casa o a alguna base habitada por seres humanos
revolotea por la mente de algunos de los más jóvenes, pero para los que sabemos
más es una entelequia. No nos sacaron de
las minas del centro del planeta Tecnecio 3, y nos entrenaron como conejillos
de indias espaciales, para ser recibidos como héroes. No podemos parar nuestro
rumbo. No lo saben todos. Cuando desayunamos todos juntos, un muchacho asiático,
criado en los campos nebulosos de las estaciones venusianas, nos habla de La
Tierra. Suelta datos sacados de una enciclopedia que tiene encasquetada en su
córtex. Nos habla de cielos azules y nubes blancas, de árboles frondosos y
flores con olores fragantes; de comidas que jamás hemos soñado. Nos dice que
allí comen animales. Todos se quedan absortos, con la boca abierta, como
imbéciles. El contramaestre médico y yo, sí que nacimos en La Tierra, pero no
les hemos dicho nada. Ni nada diremos. Lo hablamos ya en el campo de
entrenamiento. Somos viejos –dijo-, los nuevos se creen cualquier cosa que
ponga en sus malditas enciclopedias. No diremos nada, o nos bombardearán a
preguntas. Yo sí he probado crujiente bacon cuando era pequeño, he llenado mis
pulmones de aire con olor a humedad y bosque, me he bañado en los mares
gigantescos y salados… los recuerdos de juventud ¡bah! Ahora de nada sirven,
sólo para ver que la gran nave donde nos pudriremos algún día se achica cada
día más, opresiva y silenciosa, surcando las distancias ominosas a un cuarto de
la velocidad luz.
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Aunque el espacio es un desierto,
lleno de la nada más terrible, en ocasiones, vemos algunas luces fantásticas
que nos envuelven. Unas estrellas brillan siempre quietas en nuestro horizonte.
Deben estar a distancias fuera de nuestro entendimiento, pues viajamos rápido,
pero están quietas, brillando, con matices verdosos y liliáceos. Somos treinta
y cuatro de tripulación. Tres de nosotros
somos ya de edad madura. El contramaestre médico, la inspectora científica y yo
mismo. Los otros son jóvenes de entre dieciocho y veinticuatro. Su misión es,
aparte de sus tareas de navegación o de investigación, procrear. La nave
hubiese alcanzado su destino en 257 años, así que la renovación debería darse,
si se quería llevar a buen puerto la misión: la colonización primordial del
Sistema Fronterizo Aries 3. Ahora sabemos que no llegaremos, pero los primeros
nacimientos provocaron alegría generalizada. Los primeros niños nacieron sanos.
Corretean ya por todos los lugares comunes. Cuando salimos despedidos del
planeta que no estaba donde decían que debía estar, todo empezó a
torcerse. Apenas había fecundaciones
exitosas; los embarazos eran más largos de lo habitual y las muchachas no
tenían barriga. La inspectora científica, con buen criterio, abortó a esas
criaturas; sólo sacó de los vientres de las madres pequeños fetitos múltiples
en racimo, enquistados. A partir de ahí, ninguna mujer quiso quedarse embarazada,
y dado que nuestra misión había fracasado, solicitaron la esterilización al
comandante. Me pusieron en un compromiso moral que no sé si me correspondía.
Sólo soy un mercante estelar reciclado de las minas prisión. Acepté, y nadie
puso pegas. Todas las tripulantes en edad fértil fueron esterilizadas menos
una, que no quiso, y las niñas que habían nacido a bordo. Las pequeñas, que lo
pidan en el futuro, y si yo estaba muerto, mejor.
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Seguimos la ruta improvisada
hacia las estrellas que jamás se ponen en lontananza. Que el sistema de
navegación remoto falle no sabemos si se debe a la distancia del Cinturón de
Asteroides, o es porque los que controlan han muerto. Nos dijeron que viajar
tan rápido en el espacio puede alterar las coordenadas espaciotemporales. Personalmente
opino que nos han dejado de la mano de Dios por la equivocación. Sólo se puede
parar manualmente una sola vez, si llegamos a un destino deseado… o cualquier
otro. Nuestro cartógrafo estelar, un bosquimano menudo y siempre alegre, ha
detectado un planeta idóneo en el que podemos aterrizar, a una distancia de 58
años luz, orbitando alrededor de uno de esos astros verdosos que nos miran
constantemente. Habrá que relajarse. Faltan 14 años y medio para llegar. Los
invernaderos hidropónicos dan tanta comida que no tendremos ni que echar mano a
las barritas extraenergérticas, de las cuales tenemos millones.
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Algunos experimentos están
saliendo mal. La joven antillana que aún albergaba la posibilidad de ser madre
ha descongelado los fetos que no salieron adelante. Los ha cortado en
secciones. Por dentro, había nidos de un extraño polvo. El contramaestre
botánico los ha examinado; ha dictaminado que son esporas de hongos. No se
explica cómo han podido llegar allí. Ignoro los mecanismos misteriosos de la
naturaleza, sólo sé llevar naves a su destino lo más enteras posibles. Ahora
todo el laboratorio de obstetricia está contaminado. Y no sabemos si el de
botánica también. Los niveles de sólidos en suspensión son muy elevados. He
ordenado clausurarlo. Se han trasladado al de fecundación, ya que parece que
este no hará falta. He prohibido sacar nada de allí, así que algún instrumental
que no estaba duplicado ahora es inservible. Mirándolo por el lado bueno, todos
las niñas y la joven han sido esterilizados. Sigo muy de cerca la sala cerrada.
Se está ennegreciendo por momentos; entre todo esa negrura palpita algo vivo.
Destellos fosforescentes verdes, morados y azules ofrecen un raro espectáculo
de fuegos fatuos. Sospecho que está creciendo.
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Ha pasado un año desde el Gran
Esplendor. Así lo llama la tripulación. Los niños siguen teniendo sueños raros,
pesadillas que les hacen gritar por las noches. Se le han administrado toda
clase de calmantes y no remite. El Gran Esplendor fue durante las horas de
sueño. Un polinesio gordo, proveniente de Ceres, hacía guardia, y oyó ruidos en
el clausurado laboratorio de obstetricia. Llamó a todos los guardias de su
perímetro. Me acerqué yo también. Delante de nuestros ojos hubo una danza de
colores que parecían emanar de la negra pátina que lo cubría todo. En un
momento dado, la presión empezó a subir en la sala. Cuando el monitor mostraba
que había alcanzado las 500 atmósferas, los cristales de hiperseguridad
cedieron, agrietándose como tierra seca. Las puertas aguantaron, pero por las
rajas de las ventanas surgió la luz. Una luz verdosa. Se propagó por toda la
nave en el silencio y la oscuridad de las horas de reposo. Los niños gritaron
por primera vez. El resto sentimos vértigo y náuseas. Jamás había experimentado nada semejante. Un calor
sofocante que me dejó quemaduras; subía por mi cerviz; la cabeza parecía que iba a ceder ante un
cerebro que palpitaba como el corazón delator. No tuvimos la precaución de
ponernos trajes de aislamiento, así que aspiramos las esporas. La angustia fue
tal que algunos se volvieron locos; el piloto de segunda, escandinavo y
hercúleo, se quitó la vida delante de todos golpeando su rubia cabeza contra un
asidero de la pared. Una y otra vez, hasta que su sien crujió. Hubo
descontaminación general. Fue un proceso duro, engorroso e incómodo. Una vez
desinfectados, nos apiñamos en el compartimento estanco de popastelar. Los
robots sellaron de nuevo el maldito laboratorio. Duró un mes el superautolavado
fúngico de la nave. Apiñados como ratones en una bodega de antaño, sobrevivimos
a base de barras extraenergéticas y agua condensada. La moral de todos quedó
por los suelos después de aquello. Hoy los niños sueñan. Los más agoreros hacen
profecías sobre esos sueños. Dicen que vamos hacia el desastre. Tampoco es que
hilen muy fino; eso ya lo sabía yo cuando el planeta que tuvo que estar no
estuvo. Desde el fuego fatuo los invernaderos se han secado en su mayor parte.
Las frutas, antes jugosas, son ahora carbones de colores colgados en árboles
raquíticos. Lo único que parece no sufrir el envite de las esporas son los
cereales. Cada día comemos más barritas. Saben a chocolate o a copos con miel.
Todos hemos llegado a odiar el chocolate y la miel de una forma espantosa.
Incluso chupamos los limones resecos y amargos para quitar de nuestro paladar
el dulzor tan empalagoso que supone comer esas barritas de mierda. Ayer, uno de
los muchachos, hijo de una esquimal y un caucásico, vio en sueños hacía donde
nos dirigíamos. Describió un mundo acuoso e insalubre, con un gran sol verde
dando luz. Las sombras eran negras y moradas. La atmósfera hacía que la luz
verde se descompusiera en violáceos rayos secundarios. Hablaba de extrañas aglomeraciones
en forma de bosques de hongos. Setas gigantes, capas fúngicas de blanco
fosforescente rodeaban las rocas, negras, formando extraños contrastes. Coladas
de lava y formaciones sedimentarias de caprichosas dimensiones componían el
grotesco paisaje. Dice que habló con sus habitantes, y le dijeron que esperaban
desde hace eones nuestra llegada. Hasta a mí me ha inquietado. Faltan años para
llegar, pero ese es el planeta predicho por el cartógrafo estelar. Estrella
verde. Formas de vida primarias. Oxígeno suficiente para vivir. ¿Inteligencia? Deberíamos
criogenizarnos estos años. La espera es lenta y asfixiante. Creo que somos como
cerdos camino del matadero. ¡Humm! Bacon crujiente.
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El Gran Esplandor se ha vuelto a
reproducir a un año de llegar al planeta. He insistido al cartógrafo ¿Habrá
algún otro cuerpo con oxígeno aunque esté en el quinto pino? Y no, el
espectrómetro no encuentra ninguno; mi impotencia es más fácil de encontrar.
Esta vez las luces duraron más tiempo. Nos vimos obligados a meternos de nuevo
en el compartimento estanco. Los niños son ya adolescentes. Recuerdan con
terror la última vez, y el pánico se generalizó en pocos minutos por toda la
nave. Un jardinero árabe se volvió loco con aquella luz. Cayó fulminado entre
matas de calabacines. Lo vimos por la cámara de hiperrealidad tridimensional.
Allí lo dejamos. Nos metimos demasiado rápido en la bodega. Los robots
descontaminadores no parecían funcionar en esta ocasión. Tras dos meses y medio
de pesadilla en el compartimento estanco decidimos salir, estuviera como
estuviera el ambiente. Y digo de pesadilla, porque los sueños terribles de los
nacidos en el espacio eran cada vez más funestos. Espantosos gritos se oían en
la noche, que se sumaban a los sollozos de los padres. El contramaestre médico
administraba calmantes, despilfarraba benzodiezapinas, pero parecía que él no
las tomaba. Estaba irritable, arisco. Creo que es mi único amigo a bordo, y
también creo, sin ser médico como él, que tiene las facultades trastornadas. Lo
único que hace es beber licor que destila en el laboratorio a base de patatas
grises y apestosas. Cuando al fin salimos de nuestro escondrijo, las cosas
parecen normales. Los robots estropeados inundan las cercanías del laboratorio
de obstetricia, pero los pasillos tienen su aspecto habitual, el aire es al 99%
respirable y la nave sigue su rumbo, inexorable, hasta el confín del horizonte
verdoso. El jardinero cadáver, que probablemente había muerto de un ataque al
corazón, es lo más desasosegante que hemos visto hasta ahora. Está petrificado.
Tiene una coraza esponjosa de hongos blanquecinos, pero por dentro es pura roca,
negra, como esas momias antiguas conservadas en brea. Los robots lo
ultraincineraron en el horno ígneo. No cometeríamos de nuevo el error de hacer
experimentos. Fumigamos todo el huerto 4 desde el control derivado. No creo que
crezca nada a partir de ahora. Nos hemos quedado sin melón. El melón con sabor
a ceniza es mejor que ningún melón. No soporto esto. Espero la muerte con
impaciencia. No quiero bajar a ese maldito planeta estúpido que nos espera.
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He tenido mis primeros sueños. El
sol verde me iluminaba, y se oían tambores que sonaban acuosos y sordos. Unas
extrañas criaturas, que atisbaba en la lejanía, hacían un ritual. Hubo un
silencio. Al rato, voces humanas se unieron a la extraña percusión. Chillaban
en un lenguaje repulsivo. No puedo negar que sentía miedo, pero más intenso aún,
era mi odio. Odio primordial, difícil de controlar. Era como si me agujerearan
el vientre con un teraláser molecular. En medio de uno de esos sueños, escuché
en el mundo vigil susurros. Cuando desperté en mi cuarto, estaba rodeado de los
muchachos de las estrellas. Me miraban. Los despaché desde la cama, pero no me
hicieron caso. Me levanté y los empujé. Aún sentía ese odio visceral; su
reacción fue rara y terrible. Comenzaron a cantar como el sueño. Era demasiado.
He ordenado que los encierren en las celdas para rebeldes y que permanezcan
incomunicados. Los miembros de la tripulación se han quejado. ¡Qué harto estoy!
Quedan 3 meses para llegar a nuestro jodido destino. Las pruebas de afabilidad,
docilidad y obediencia que les hicieron al salir de Ceres están saltando por
los aires. Lógico. Estamos muy lejos, han pasado muchos años y la he tomado con
sus hijos. Lo único positivo es que un robot censor ha encontrado contrabando
en la nave. Trescientos cartones de cigarrillos. No sé quien los metería en el
refrigeradorplus de estelostribor, pero tras veintitantos años sin fumar, mi
compañero de fatigas, destilador de patata, y yo, echamos humos como fumarolas
negras. La anarquía se apodera de la nave; a mí me da igual. A ver si nuestros
hígados y pulmones revientan, y nos morimos de una maldita vez. Los canticos
extraños y las profecías de chichinabo están acabando con la poca paciencia que
me queda.
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En el laboratorio ha habido
cambios. En el moho negro han empezado a proliferar bulbosas formas
amarillentas. Parecen setas. Al principio eran del tamaño de la uña de un
pulgar; ahora son como coles grandes. Los fungicidas y otros venenos que les
administramos parecen no alterar el crecimiento. Si se apagan las luces tienen una
extraña fosforescencia que sube hasta al techo. He cortado el oxígeno, a ver si
así se agostan. Tampoco. Siguen creciendo a buen ritmo. Todos miran
embelesados. Una de las laponas me ha dicho que estaban esperándonos. Parecen
dóciles, como si no tuviesen sangre en las venas, pero la tripulación se está
haciendo fuerte. Su sumisión aparente es una estratagema. Han liberado a sus
hijos, lo sé; los han escondido en cualquier invernadero. ¡Qué les den! Hay
algo que me impide pegarme un tiro… no sé que es, pero es así. Si no, me
hubiese quitado de en medio hace unos cuantos años. Para colmo de desgracias,
las extrañas formas de vida que crecen en el moho han adquirido un tamaño mayor
que el de una persona. He intentado entrar con un lanzarayos iónico, pero los
niños me lo han impedido. Abrieron el sellado de la habitación por la noche, no
sé cómo diablos lo consiguieron, y ahora hacen de escudos humanos ante las
enormes larvas fúngicas. Estoy muy cansado.
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¡Han nacido! Durante semanas han estado con
los estúpidos cantos y velando su sueño. Los padres han venido arrepentidos
para buscar una solución. Les he dado armas como respuesta. No les ha gustado
nada. Al principio cría que los tripulantes que habían procreado estaban en el
ajo, pero no. A medida que los huevos, o crisálidas, o lo que demonios fueran,
crecían, veía en sus ojos un terror profundo, incluso mayor que el mío. Pero
ahora no quieren matar a sus críos, aunque estén rodeados de… eso. De los
múltiples capullos esponjosos surgieron los entes, el doble de altos que un ser
humano medio. Su cuerpo es como la caperuza de una seta de cardo. Tienen dos
extremidades superiores, que le salen de unas protuberancias. Al final de
estas, una especie de fusta con pinchos multicolores hace de mano. En medio de
lo que vendría a ser el pecho de un humano, les sale una cabeza translúcida,
formada por bolas de diversos diámetros, que irradian una luz mortecina que
cambia con su estado. Una esfera negra en el centro es el órgano con el que
miran. Al menos no salen del
laboratorio. Los chavales pasan la mayor parte del tiempo con esas criaturas
extrañas, hablando en lenguas no reconocibles por ninguno de los tripulantes de
la nave, donde casi todos son de distinta raza. A medida que llegamos al
planeta, los hijos de las estrellas están sufriendo mutaciones. La piel les
está cambiando de color; son de un color
lila pálido, y unas protuberancias le crecen por debajo de la piel, justo en
las amígdalas. Los padres vienen a
buscar explicaciones. El contramaestre médico está tan borracho y tan asustado
que se niega a auscultar a ninguno de esos “engendros” –así los llama-. La
inspectora científica ha muerto en extrañas circunstancias. De los nuestros,
era la que más se relacionaba con las criaturas. Opinamos que murió intoxicada
por algo que desprenden esos seres. He
tomado una determinación. Voy a destruir la nave. Algo en mi interior me lo
quiere impedir, pero he de ser más fuerte. Parece que me leen el pensamiento o
algo parecido. Vigilan para que no salga de las salas comunes ni de mi
camarotestar. Los odio con todo mi corazón. He confiado mis planes al
contramaestre médico. No ha puesto objeción, es más, dice que me ayudará en lo
que sea preciso. El procedimiento será tan sencillo como eficaz. Con un traje
de paseo de comprobación, saldré al exterior y haré detonar los reactores
cuánticos con una bomba positrónica multifásica. El contramaestre médico me
dará tiempo, entrando a sangre y laser en el laboratorio de las criaturas. Creo
que ha estado tan borracho que han dejado de leer su mente. En eso confío.
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He salido. Veo a mi derecha el
planeta a donde vamos. Es nebuloso. La atmósfera parece bastante densa. Ahora
mismo tapa la luz del sol verde. Estoy a oscuras. Ni las megalinternas de
litiouranio traspasan más allá de mis manos. Hace muchísimo frio. Pare
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ce cecee … el contramaestre
medico ha caído. Lo he escuchado por radio. Antes de morir me ha dicho que ha
matado a dos de esos seres y a tres de los nuestros. Al menos me ha dado tiempo
a llegar al conducto secundario de evacuación de gases de los reactores. He
dejado caer la bomba con un hiperelectroimán… en unos minutos todo habrá
acabado. No. Una luz.
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L O A D E D… 99.9999999999999999%... 100% :)
Informe anexo del rescatador/reconocedor
de cuadrante R.P. Albihamed: Adjunto copia de las notas mentales del Comandante
Peter Carnighan, nacido en la Tierra, de raza caucásica, tripulante jefe de la
Wisdom, nave que fue requerida en el informe 65489745MKJ, previo a esta
búsqueda, hace 89.24 años. Descargada dicha copia del cadáver del mismo sujeto,
hallado en la órbita del noveno planeta del Sistema recién descubierto
Cornucopia Verde, denominado por la Gran Computadora Científico-Estelar como
Yuggoth. Desde la implantación de la normativa 1987841/2598, y la consiguiente
instalación del Memorizador Estándar de Recuerdos en todos los contramaestres y
comandantes de la Flota, es la primera vez que se realiza en un cadáver tan
antiguo, siendo los resultados de descarga óptimos, no así lo que en sus notas
nos decía el finado comandante. Parecen las de un hombre desquiciado. Se han
encontrado trozos de la Wisdom orbitando alrededor de Yuggoth, hecho que
confirmaría la destrucción de la nave. El planeta referido carece de vida
inteligente, o al menos así lo ha pronosticado la sonda Yuggoth 3, de reciente
lanzamiento. Queda concluida la búsqueda y cerrado el informe.
R E S
E T D A T A….
E R R O R…
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G C H A N N E L
Una luz… viene hacia aquí… desde
ese condenado planeta…
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